lunes, 18 de enero de 2016

¿Por qué los niños adoran el azúcar y rechazan las verduras?

A los bebés y a los niños les encanta el sabor dulce. De hecho, al pensar en azúcar y niños enseguida viene a la cabeza la imagen de Mary Poppins cuando canta a Jane y Michael Banks que "con un poco de azúcar, esa píldora que os dan, pasará mejor". Los dulces también nos gustan a los adultos, pero en la infancia el abanico de sabores es mucho más restrictivo y existe una innata aversión a los sabores amargos. ¿Cómo se explican estas preferencias azucaradas tan claras en los más pequeños? El presente artículo da respuesta a esta cuestión y también a una pregunta que se hacen muchas veces los padres: ¿por qué la mayor parte de los menores no quiere comer verduras?





















La doctora Julie Mennella es una de las investigadoras de referencia sobre las preferencias de sabor del ser humano. Ha llevado a cabo decenas de investigaciones sobre esta cuestión. Aunque también se ha especializado en los efectos de la lactancia, del tabaco y del alcohol en la salud, destaca su contribución al conocimiento de los aspectos implicados en el desarrollo del gusto y del olfato. Mennella acaba de publicar, junto a la doctora Nuala K. Bobowski, un trabajo titulado 'La dulzura y la amargura de la infancia: Perspectivas, desde la investigación básica, en relación a las preferencias gustativas'. Su investigación, que se recoge en la revista científica Physiology & Behavior, responde a por qué los niños adoran lo dulce y huyen de los sabores amargos.

Niños: sabores amargos, verduras y venenos

¿Por qué la mayor parte de los pequeños no quieren verdura? La primera explicación, muy conocida en el ámbito científico, es que estos alimentos aportan pocas calorías. Es algo que detecta con gran eficacia el paladar del niño, que prefiere decantarse por otros alimentos más energéticos, que le ayudarán de forma más eficaz en su crecimiento y desarrollo. Pero existe otro motivo más que no se olvidan de mencionar Mennella y Bobowski: su sabor amargo. Los recién nacidos arrugan su nariz, sacuden la cabeza, agitan sus brazos y fruncen el ceño cuando se les expone al sabor amargo. Es un rechazo que disminuye con los años, pero que puede durar, en mayor medida, hasta la mitad de la adolescencia.

El brusco rechazo innato de los bebés al sabor amargo (como el de las verduras, pero también de determinados medicamentos que en ocasiones es imprescindible dar al menor) les protege de la ingestión de venenos, dado que muchos compuestos amargos -aunque no todos- son tóxicos. En la infancia, el riesgo de envenenamiento accidental es mayor (los niños se llevan a la boca casi cualquier cosa a su alcance), lo que explicaría que esta característica sea más notable cuanto más pequeño sea el niño. Mennella y sus colaboradores ampliaron esta cuestión en julio de 2014 en la revista científica PLoS One

Para abordar la llamada "neofobia alimentaria" (rechazo instintivo de los pequeños a determinados alimentos) se suele sugerir que los padres expongan a sus hijos de forma repetida a los alimentos que no quieren, como verduras y hortalizas (siempre sin obligar, presionar, coaccionar o castigar al menor), porque ello puede aumentar las posibilidades de que acaben por aceptar dichos alimentos. Sin embargo, el ya disuelto Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas detalló en un documento de postura que "el rango de exposición es muy amplio: de 11 a ¡90 veces!". De ahí que este grupo propusiera lo siguiente: "La paciencia tiene que ser, por tanto, el punto de referencia". Las posibilidades aumentan si la madre consume más frutas y hortalizas durante el embarazo (el feto se acostumbra a su sabor) y, sin duda, si los padres las ingieren de manera habitual (porque están en el hogar y porque el niño aprende con el ejemplo de sus padres).

Fuente: http://www.consumer.es

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